13 de noviembre de 2012

Mamá mi (ex) novio

La una de la mañana no es horario conveniente para tomar decisiones. La nube negra del cansancio y el sueño transforman aquello que claramente tiene sentido en un montón de acciones torpes y descentradas que no sólo no coordinan entre si, sino que se tropiezan sin dejar dar pasos certeros.
Yo todo esto lo sé, y lo sabía mientras ponía en un bolso (que no coincidía el tamaño con las cosas que debían entrar en él) dos jeans, una remera blanca, un sweater que por cercano y conocido no dude en apilar y una crema para el cuerpo (no podría dar razones al respecto).
No lo saludé. No pude darme vuelta, al igual que en las novelas, para verle la cara desde la cama. Esa cara que tiene mucho de verdadera tristeza pero que en el fondo vislumbra un alivio; un gran alivio por permitir que descomprimamos esta relación que ya no iba.
Pedro y yo vivíamos desde hace 4 años en un departamento en Zona Norte que compró él con algunos ahorros, una herencia y 20 años de crédito. No es por fanfarronear pero éramos la pareja perfecta. Hoy lo seguimos siendo para los que todavía no se enteraron las buenasnuevas e incluso para los que las conocen y no terminan de aceptarla; como yo.
Perfecta sin forzar. Perfecta con ganas y con amor. Todo lo hacíamos pensando en el otro y en los dos. Nos amamos desde el primer día porque fluían las ganas, las cosas, el hacer, los lugares por conocer, la vida por compartir. No hubo especulaciones de llamados o tiempos o esperas propicias para las primeras citas.
Nos conocimos, acomodamos nuestras vidas y nos hundimos en el placer de la falsa certeza que enuncia estar juntos para siempre.

Pero como dice mi psicólogo, la eternidad tiene fecha de vencimiento. Y tanto le temés, que al fin sucede.

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