- Ale: Lo que no entiendo es por qué no subió.
- Yo: Yo tampoco. Pero
en ese momento me pareció que tenía que dejarlo así. ¿No es que si
dormis en la primera salida no te llaman más?
- Ale: A los veinte, Minita. A los casitreinta se supone que
uno ya esta más grande y hace lo que quiere, sin tantas vueltas. Pero bueno…
allá vos… te perdiste dormir con el francesito caño.
- Yo: Es que tengo esa fantasía de que después no te llaman más…
- Ale: ¿Y si igualmente no te llama más? Digo, ahora… después
de la salida del otro día, sino te llama más, vos te perdiste hacer algo que te
morías de ganas de hacer… ¿o no? ¿Eso no cuenta?
Salvo por Pedro y algún que otro ejemplar masculino con el
que me he cruzado, siempre tuve la sensación de haber hecho, con los tipos, las
cosas mal desde un principio. En algún momento de la salida o en la forma de
conquista algo se arruinaba. A veces se
lo atribuía a algún mensaje de texto de
más, otras un comentario poco feliz; a veces creía que era por acostarme con
ellos muy pronto y otras veces, muy tarde. La cuestión es que nunca supe qué
estrategia tenía que seguir o cuales eran mis puntos fuertes a desarrollar para
tener éxito con el sexo opuesto. (Y es que tampoco tuve dos experiencias
iguales como para determinar patrón de conducta, debo confesar).
Lo único que puedo
asegurar, en esta nueva etapa de citas es que, diez días y diez silencios más
tarde, el francesito caño tampoco fue la excepción.
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