Y el lunes cuando llegué al
trabajo y pude disfrutar de Internet (esto de estar recién mudada me tiene a
medias) el Google Traductor dijo que la frase desparramada en mi pizarrón por
el francesito
caño quería decir:
ESTO TAMBIÉN PASARÁ.
Igualmente yo no necesitaba
ningún traductor. Mi patético deseo de
que volviese con croissants y café a
la cama se disipó a la hora de esperarlo. Era obvio que había huido como rata,
era obvio que mi sueño de princesas y franceses azulados que vienen al rescate
de un mal de amores, se iba a evaporar en un cachetazo de realidad. Es que detesto
que lo mundano no se acerque ni un poquito a mi ilusión. Y más aún detesto que
mi ilusión sea por momentos alimentada y crezca a pasos agigantados cuando la
muy boba ya sabe de antemano que se viene el paredón.
Mi yo interior luchó contra sí
mismo durante un par de minutos:
- "No tenés porque enojarte, vos sos copada y la
vida es así. No fue a propósito el tipo tiene costumbres europeas. Si le ladrás
va a salir corriendo".
- "Si te dejás tratar de esta manera, ya sabe que
estás para el boludeo y no podes pretender nada más. Y aunque ya evidentemente
no dé para más, vas a quedar en una libretita del montón sin hacer valer el tiempo y el cuerpo que has otorgados a su
merced".
Entonces le escribí un mail:
Querido Francesito caño:
¿Por qué en lugar de irte de mi casa sin avisar, no te vas quince días
a la puta que te parió?
(Si, me fui al carajo).